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UN EXABRUPTO LEGENDARIO
ARGO
La película ganadora del Oscar cuenta la historia del rescate de seis diplomáticos estadounidenses a cargo de un agente de la CIA, en tiempos de convulsión social en Medio Oriente a finales de 1979. La estrategia para salvarlos consistirá en hacerlos pasar como parte del equipo de producción de una película ficticia. Con este argumento, basado en un hecho real, el filme de Ben Affleck ganó la estatuilla dorada gracias a una buena narración y una eficaz dirección.
Argo es una buena película. Cuenta con una dirección elogiable, una adaptación y contextualización muy cercanas al caso que plantea -más allá de que sea una versión libre de un hecho real- y un ritmo que ayuda a construir una historia sólida desde cualquiera de sus conflictos, sin dejar vacíos. Está armada con precisión y mantiene a la expectativa durante toda su proyección.
Entre las mejores partes de la película, están los tres minutos iniciales que sirven de guía para aquel espectador poco afecto a los asuntos históricos. El manejo de la información sobre la revolución iraní y el nuevo gobierno teocrático que se instauró es didáctico. Además, la narración que realiza Affleck a nivel visual, tipo cómic, le da un sentido práctico a un tema espinoso.
Los últimos 30 minutos de la película también son elogiables. Las acciones de la ejecución del plan para salvar a los diplomáticos escondidos – que se hacen pasar por miembros de la producción de un filme ficticio – guardan emoción, generando una especie de complicidad desde el otro lado de la pantalla. Como narrador, Affleck acierta y no da puntada sin hilo.
Otro aspecto que el director cuida mucho es la adaptación de las locaciones y el mobiliario de los espacios cerrados, principalmente de las embajadas, al estilo de fines de los setenta. Lo mismo sucede con el vestuario del reparto. Esos detalles, sumados a la iluminación cálida que emplea Affleck, hacen parecer con verosimilitud que su película está desarrollada en tiempos donde la polarización política del planeta era lo más importante para los gobiernos de occidente.
Sin embargo, su tercer filme como director – después de Gone Baby Gone (2007) y The Town (2010) – tiene el punto más bajo en la actuación protagónica del propio director-actor. Quizá en algunas escenas su floja interpretación pase desapercibida, porque tiene al lado a Bryan Cranston, Alan Arkin y John Goodman quienes, con energía, naturalidad y toques sutiles de humor distienden el suspense que imprime la trama.
Affleck no reacciona ante los momentos de tensión dramática de la película, se limita a trascender como un invitado de piedra que se la pasa pidiendo confianza cual salvador de una situación al límite. Su inexpresividad gestual y la exagerada caricatura del hombre que bebe y fuma en cantidades industriales le quitan credibilidad al personaje meditabundo y sombrío que encarna.
No obstante, Argo no cae en la edificación del superhéroe americano imbatible que enarbola la bandera mundial de la salvación que tanto agrada a un sector de Hollywood. Repito, más allá de que la historia se base en una acción real -la participación del exagente de la CIA Tony Mendez en la liberación de seis diplomáticos estadounidenses, durante los primeros meses de la crisis de los rehenes en Irán-, Affleck le da suficientes matices a la historia para cuestionar la incursión de los Estados Unidos en la política de los países de Medio Oriente, lo que proporciona una postura al filme.
En algún momento, Argo recuerda a Wag the Dog – de Barry Levinson – por el hecho de que se quiere producir una pieza de ficción que encubra la realidad y persiga un beneficio asociado a la Casa Blanca, aunque de naturaleza distinta. Levinson acude al humor para exagerar las situaciones dislocadas de su película. Sus cortinas de humo remiten a la sátira y la crítica mordaz de los procedimientos presidenciales. Affleck adquiere un tono más serio, sin alcanzar la solemnidad, felizmente.
Argo, que arrasó con todos los premios a los que fue postulada, es una película equilibrada que asienta el camino para Affleck como director, dejándolo en una situación expectante respecto a su siguiente producción. No se trata de un golpe de suerte, es un trabajo eficaz con las piezas bien colocadas, pero que deja al descubierto la mediocre participación de Affleck como actor.
Por Raúl Ortiz Mory